VIAJE AL CORAZÓN DE MACONDO
Por: Wilson E. Blanco N.
Allí, frente al teatro Heredia nos encontramos con Gustavo Tatis, escritor encargado por la Escuela de Verano de la Universidad Tecnológica de Bolívar para conducir la “caminata por la Cartagena de Gabo”, arranque de la “Breve travesía por la geografía garcíamarqueana”. Nos esperaba la parte más atractiva del curso: recorrer los lugares que marcaron a nuestro escritor y de los cuales nos habían hablado a lo largo de ocho conferencias dictadas por reconocidos expertos de la obra del nobel colombiano.
Realizamos el primer tramo haciendo paradas, mientras Gustavo narraba fragmentos de historia que evocaba cada vez que algún lugar de la vieja ciudad lo atrapaba. Así fue como nos enteramos que el grillo que se comió Obregón era la mascota que compartía mesa con ellos cuando Gabo lo visitaba. De pie frente a la casa del Pintor, ubicada a la entrada de la calle de La Factoría, escuchamos el relato del grillo y el del elefante que Cepeda Samudio hizo entrar en La Cueva la noche que no le quisieron vender una botella de aguardiente.
Al pie de la gorda de Botero, la que está en la Plaza de Santo Domingo, nuestro maestro de ruta contó la historia de la mujer que se convirtió en perro una noche en la que Gabo y Jaime pasaban por una esquina oscura del Centro. Hecho que Jaime, en el afán de satisfacer la incredulidad que desde niño lo había acompañado, al otro día desmintiera al comprobar que la mujer que habían visto con sus propios ojos convertida en perro trabajaba en un almacén de baratijas y era de carne y hueso como Dios la trajo a este mundo. Quiso contarle a Gabo el trascendental hallazgo; pero éste, en un acto de absoluta resignación, le contestó: “te mamaste el cuento”, hermano.
Parado en mitad de la calle San Juan de Dios y con el dedo índice señalando la fachada de la antigua sede de El Universal; Gustavo narró sin dejar un detalle por fuera la manera cómo Gabo llegó aquí por primera vez a trabajar en Cartagena. Recordó que los primeros días fueron durísimos para el forastero. Dormía en el suelo encima de unos periódicos viejos mientras las máquinas y los linotipistas del rotativo descansaban del trabajo de la noche anterior. Cuenta Tatis, que este hecho marcó definitivamente a García Márquez para lo que vendría después en su vida como periodista y como escritor. Aquí conoce a Clemente Manuel Zabala, director de El Universal para esa época; quien luego se convertiría en el “primer maestro de periodismo de Gabo en Cartagena”. La emoción de Gustavo crecía en la medida que evocaba estos momentos cruciales de la vida de García Márquez. Al comienzo de la caminata también notamos esta emoción cuando contó lo del grillo de Obregón y lo de la mujer que se convirtió en perro.
Hicimos una especie de ele entre la iglesia San Pedro Claver y la Plaza de La Aduana, pasando por el Museo de Arte Moderno; en cuyo frente funciona un restaurante de lujo que por las noches estrecha el paso de los turistas e ignora a los jugadores de dominó que tiran silenciosamente sus fichas en una partida eterna como metalizados en el tiempo. Por aquí Gustavo también pasó apresurado, como escapando del vendedor de raspao que quiso brindarnos uno de cola con leche, pero fue demasiado tarde porque cruzamos raudos apuntando al “adefesio”. Instantes después el estallido de los flash terminó de iluminar la noche en la Plaza de la Aduana, hora en que Fidel revisa las cuentas de su agosto nocturno.
Fuimos a dar, entonces, a La Plaza de Los Coches, donde está El Portal de los Dulces; conocido también como El Portal de las Negras o Portal de los Mercaderes. Está conformado por 20 arcos de cal y piedra, y hay, por todo, 22 puestos, en los cuales se venden 20 clases de diferentes dulces. Gustavo nos mira y nos dice “aquí estuvo Fermina Daza y Juvenal Urbino comprando cocadas”. Nadie lo pone en duda, porque la obra garciamarquiana tiene como escenario natural a Cartagena. Al decir de Gustavo Arango: “es la ciudad con más presencia en la obra de García Márquez y es, también, la más decisiva en su destino como escritor”. Travesía por la geografía garcíamarqueana (p. 46)1.
Cuando giramos para ver de nuevo La Torre del Reloj ya marcaba las 7:30. “Cómo vuela el tiempo, Tavo”, dijo una voz. La pregunta cayó como una orden. Tomamos la calle de Las Carretas, seguimos por La Primera de Badillo y después por la Segunda; y sin hacer ninguna parada en el trayecto, pasamos rápido por el parque Fernández de Madrid hasta llegar al hotel Santa Clara, en otrora convento de Santa Clara. “En este lugar encontraron los restos de Sierva María de Todos los Ángeles”, nos dice Gustavo señalando el Hotel, al tiempo que precisa que para entonces su “cabellera media 22 metros y 15 centímetros”. Cuando estábamos prestos para clausurar el recorrido y nos deshacíamos de los amplificadores de sonido que Juan Carlos nos había entregado dos horas antes frente al teatro Heredia, se presentó Jaime, hermano de Gabo; quien al escuchar a Gustavo decir esto se esfumó como la mujer del cuento.
Aunque la casa de Gabo no hizo parte esta vez de la caminata, se sabe que con su construcción García Márquez cumplió su sueño de 1982, cuando dijo que se compraría una casa frente al mar en Cartagena. En 1995 creó allí la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Hoy la sede de la Fundación funciona en la calle San Juan de Dios, la misma que en el cuarenta y ocho, siendo él un jovencito de veintiún años, lo acogió por primera vez.
Al día siguiente partimos para Ciénaga. En Puerto Colombia recogimos a Eduardo. Un hombre sencillo y de una fuerza narrativa abrazadora. “Soy Eduardo Márceles Daconte, sobrino de La Nena Daconte”, dijo acomodándose en uno de los puestos delanteros del autobús. Entre Puerto Colombia y Ciénaga no paró de hablar. Fue renombrando uno a uno hechos que sirvieron de materia prima en la configuración del universo literario garcíamarquiano. En la plaza principal de Ciénaga narró por menores del trágico episodio de la “matanza de las bananeras”. Después fuimos a conocer el monumento al machetero; un negro de abarcas rudas traído desde Haití y erigido en la plaza de mercado en medio de un enjambre de vendedores que se corren la madre a gritos y se agarran las nalgas sin ningún prejuicio terrenal. También contó, Eduardo, lo del tren amarilo que hace algunos años trajo a Gabo de regreso a su tierra.
Con Rafael Darío recorrimos las calles de Aracataca, después del sancocho cataquero servido en totumas y que degustamos con cucharas de palo en el restaurante Macondo. Un lugar literario ubicado en la esquina de la calle Los Turcos, por donde pasó de largo el hilo de sangre que salió del oído derecho de José Arcadio el día que Úrsula lo encontró “tirado boca abajo en el suelo sobre las polainas que se acababa de quitar…” Cien Años de Soledad (pág. 135)2.
Partimos de la calle de Los Turcos, luego dimos un giro a la izquierda y nos detuvimos frente a la casa que sirvió de oficina a Gabriel Eligio, padre de García Márquez, cuando estuvo en Aracataca de telegrafista y la cual debió dejar el día que la orden de traslado le llegó para Riohacha, tramitada por el coronel Nicolás Márquez y doña Tranquilina Iguarán por haberse enamorado de su hija Luisa Santiaga, la niña bonita del pueblo3.
Llegamos al parque principal en el que a esta hora de la tarde hace un calor que derrite. La voz amplificada de Rafael retumbaba en las paredes de tablas de las viejas casonas de zinc que aún se conservan alrededor de la plaza. Los jugadores de ruleta saludan afables sin apartarse del tarro de los dados y de la plumilla que lentamente va de clavo en clavo buscando el número de la suerte. Un hombre de contextura delgada y magra recoge los billetes de la ganancia. “Todo transcurre muy rápido en este pueblo”, dice el vendedor de maracas que camina como un forastero más a nuestro lado. Nos ha acompañado desde el almuerzo en el restaurante de Rafael. Su sacrificio no será en vano porque tarde o temprano algún visitante terminará comprándole un par de maracas.
“En esta esquina vivía el doctor que se ahorcó en La Hojarasca, nos dice Rafael Darío con naturalidad pueril. “El abuelo de Gabo lo asustaba con traerlo a esta esquina donde vivía el doctor y en la que un día se encerró para siempre hasta la tarde que el coronel lo encontró ahorcado con la lengua afuera y los ojos desorbitados”.
“Este es el corredor de las begonias, lugar donde el coronel Gerineldo Márquez y Amaranta todas las tardes jugaban damas chinas mientras que Úrsula les llevaba café con leche y bizcochos y se encargaba de los niños para que no los molestaran” “Esta es la cocina, en la que Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan el mismo instante en que a José Arcadio le dieron el tiro que le quitó la vida”. Cien Años de Soledad (p.135).
Así, fragmento a fragmento, Rafael Darío Jiménez rearma el rompecabezas de Cien Años de Soledad mientras recorremos la casa de los abuelos de Gabo en Aracataca. Ahora está reconstruida. Un vigilante de sonrisa amable la custodia a la entrada. Un letrero que dice “el libro, fundamental en mi destino de escritor” es lo primero que se divisa en la culata de la casa restaurada. El corredor de las begonias a la izquierda y un pasadizo amplio, a cuyos lados están los dormitorios, conduce al patio en el que se conserva la casita de zinc y de bahareque de los indios que acompañaron a la familia. Ahora hay un inmenso caucho en el que Rafael Darío nos representa el episodio de Cien Años de Soledad en el que José Arcadio Buendía se encuentra amarrado al castaño delirando con los pescaditos de oro.
En Aracataca todo se llama Macondo. Helados Macondo, Tienda Macondo, Restaurante Macondo, Transportes Macondo, Hogar Infantil Macondo…No fuimos al acueducto, pero también debe llamarse Macondo. Así como se llama el río, el taller y la cantina, el periódico y la mesa de frito, la cafetería y el puesto de revistas, y hasta un barrio nuevo que están construyendo a la entrada viniendo de Santa Marta. Este el verdadero corazón de Macondo: Cataca, como nos dijo Rafael Darío que realmente se llamaba este pueblo que es una mesa de billar y en el que nunca deja de hacer calor por mucho que caigan torrenciales aguaceros.
¡Por fin las mariposas amarillas! Las habíamos buscado en todo el camino. En la estación vieja del tren aparecieron pintadas en la pared. Allí también otras mariposas amarillas trepando las hojas de un libro abierto nos hicieron sacar las cámaras. Así nos percatamos que los rieles de la línea del tren derretían las suelas de los zapatos y que las verdaderas mariposas amarillas no aparecieron por ningún lado. Esas que tantas veces delataron a Mauricio Babilonia. Y menos aún, pudimos ir a conocer el hielo. Rafael nos dijo, señalando unos corotos abandonados en un patio, “ahí quedaba la fábrica de hielo que un gitano trajo a Macondo y que el coronel Aureliano Buendía recordara la tarde remota en que su padre lo llevó a conocerla”. Unos metros más adelante, Rafael Darío se tiró suavemente del autobús y, secándose el sudor con la manga de la camisa, nos dijo adiós.
Eduardo Márceles Daconte en la Quinta de San Pedro Alejandrino nos contó cómo Gabo concibió la idea de escribir una novela que tuviera como personaje central al Libertador, y específicamente los últimos días de su vida. Así fue como surgió “El General en su laberinto”, publicado en 1989 y escrita por sugerencia de Álvaro Mutis. Sentados en las bancas unos, y otros recostados en las raíces de los árboles centenarios de la Quinta, poco a poco nos fuimos dejando atrapar por la palabra envolvente de Eduardo, quien, a pesar del acoso del dios cronos, no ahorró detalles para hacernos entender la humanización recobrada por el Libertador en la novela de Gabo. Recrear la historia así como García Márquez lo hace en El General en su laberinto y de la forma como nosotros la hemos sentido al recorrer cada lugar de la Quinta, permite llenar los vacíos que la historia mal contada ha creado en cada uno de nosotros.
“Este es El Rascacielos”, nos dice Eduardo señalando lo alto de un destartalado edificio de tres pisos ubicado en el Barrio Abajo de Barranquilla, a media cuadra donde una vez funcionara la redacción de El Heraldo. “Aquí en este hotel de mala muerte vivió García Márquez”, dice Márceles desde la angosta calle en la que El Rascacielos sobrevive a la indiferencia de sus dueños y al trajín de inquilinos anónimos que ocasionalmente lo ocupan y lo abandonan a su suerte.
Las huellas del elefante de Alvaro Cepeda y el rifle con el que le dieron un tiro a la mujer que está en uno de los cuadros de Obregón son en La Cueva atractivos novelescos. Recorrimos la galería embelesados por la cantidad de fotografías y cuadros que Eduardo conocía al dedillo. Luego, cómodamente sentados en un pequeño y acogedor auditorio, conocimos la historia de La Cueva en un video que duró cinco minutos y quince segundos. En medio del almuerzo también nos contó Márceles lo de las pinturitas que están en el patiecito interior del restaurante.
“Para un amigo en la Ruta Garciamarquiana, con un cordial abrazo”. Así reza en los libros que Eduardo nos regaló en Salgar. Entramos a Puerto Colombia por invitación de él para que conociéramos por un instante su casa. En la sala de trabajo, como la llama Márceles, en una inmensa mesa redonda de pino, nos sentamos a despertar del sueño macondiano de dos días; pero la belleza de aquel lugar nos hipnotizó de nuevo. A Juan Carlos le costó Dios y ayuda hacernos subir nuevamente al bus. Eduardo iba y venía por un libro de ¡Azúcar!, su última creación. Sudaba copiosamente. Ya no había agua en la nevera. Su madre, asomada en el balcón interno que da a la salita de estudio, silenciosamente seguía a los advenedizos que por sorpresa se habían tomado la casa e impávidos posaban para fotógrafos improvisados en cada sitio y lugar de la vivienda. “Ella es la hermana de la Nena Daconte”, dijo Márceles al advertir la presencia de su madre que en silencio desde el balcón lo había presenciado todo.
Muchos días después de concluída la “Breve travesía garcíamarquiana” el grupo de amigos de la Ruta recuerda nostálgicamente el sábado remoto de Julio en que la Escuela de Verano nos llevó en un viaje inolvidable al corazón de Macondo.
Cartagena, agosto de 2009.
Posdata: Para los amigos que quieran enriquecer este documento están dadas todas las licencias y garantías por parte del autor. Pueden dirigir sus aportes, correcciones y críticas al correo electrónico: wblanco@ojodealcatraz.org
Notas
1. Memorias publicadas por La Escuela de Verano 2007-2008. Diplomado Cartagena de Indias: conocimiento vital del Caribe. Varios autores.
2. Se refiere a la edición publicada en 1997 por Editorial Norma S.A. en Colombia.
3. Cfr. García Márquez: Historia de un Deicidio (p. 13).
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