Por: José David Orozco
Eran ya las once de la noche en República
Dominicana, todo parecía perfecto, el clima favorable de la noche dejaba ver
una luna hermosa, la orquesta tocaba con notable destreza los más destacados
ritmos, luego, para completar la noche, empezó a tocar un grupo de merengue
típico. Marcos bailaba con ella sumido en el delirio, mientras se abrazaban en
medio de la pista corrían las gotas de sudor al ritmo del merengue ripiao’. No
había más noche, ni más gloria, ni más momento en la historia de Marcos que esa
boche.
El acordeón, el tambor y la guacharaca imponían un
dinamismo casi mágico a ese momento y la perfección se prolongó por varias
horas hasta que la esposa de Marcos abruptamente abrió la puerta del recinto,
todos la miraban aterrorizados al darse cuenta que traía una escopeta en la
mano, y si hay algo que Marcos había aprendido durante su vida, era que algo
peor que una esposa furiosa, era una esposa furiosa de celos.
Tomó a su amante de la mano y trató de huir, pero
el primer disparo dirigido sólo por la ira, impactó la escalera y
desbarató las tres primeras escalas de la pista, nadie más se atrevió a mover
un músculo… todos estaban paralizados del miedo, la música se detuvo y la mujer
de Marcos caminaba lentamente hacia ellos, en el camino tomó una copa de Vodka
que alguien había olvidado en la mesa, la bebió de un solo sorbo y luego se
limpió los labios con la muñeca, según parecía estaba totalmente borracha,
tenía el cabello despeinado, el traje hecho una piltrafa y el maquillaje
corrido por haber llorado mucho, fue entonces cuando empezó su intervención,
dolida y pausadamente, dijo:
Todas las mujeres formamos un solo equipo, todas
nos ayudamos y nos guardamos secretos, pero ¡claro!, siempre hay
excepciones, así como la que tengo en frente, esta mujer, si así le puedo
decir; a quien, por decencia llamaré zarigüeya, animal que en nuestro medio
también se conoce con el nombre de ZORRRRRRRRRRRRRA, que una vez
pretendió ser mi amiga, fingió brindarme su confianza y pretendió ser mi
confidente para luego tomar mis secretos y debilidades y
usarlas en mi contra, para poner a mi jefe en mi contra, hacer que me
despidieran del trabajo y luego quitarme a mi marido.
Maldita zarigüeya, espero que estés contenta con lo
que has logrado, y que el momento de felicidad te alcance para disfrutar lo que
yo he tardado toda mi vida en construir... – hizo una pausa para acallar sus
sollozos, luego prosiguió - Hoy estás con el patán que una vez me juró amor
eterno ante el altar, que estuvo conmigo en los buenos y malos momentos, pero
hoy parece que ya no está dispuesto a pasar más malos momentos ni tampoco a
pasarlos conmigo. ¿O no maldito cobarde? –dijo mientras lo apuntaba con la
escopeta - Hoy me voy y los dejo para que sean felices, pero no me voy
sin antes decirte a ti mi querido marsupial, que tu marido te engaña hace más
de diez años con tu propia hermana, tu empleo de secretaria, que conseguiste
usando tus atributos físicos más que tu cuestionable intelecto será el tope de
tu carrera profesional, porque ya sabes que tu mente no daría para más… y lo
peor es que este hombre con el que hoy estas, al que consideras un trofeo de
guerra, no ha sido más que un estorbo y un perjuicio en mi vida, y cuando estén
en la cama sabrás por qué te lo digo.
Me despido, no sin antes tomarme otro trago para
brindar por el brillante futuro que me espera y que empezaré a construir a
partir de mañana… Adiós mi querida zarigüeya.
EL PORRO DE FIN DE AÑO
Desde pequeño había escuchado en el pueblo, las historias que se tejían alrededor del baile de fin de año, como un mito que se transmitía de generación en generación. El baile más grande de toda la región de la costa Caribe, era el porro de fin de año.
Desde enero comenzaban los preparativos, las mujeres, tejían vestidos tan finos, que tal vez llegaban a ser estos los mas finos que usarían en toda su vida, ni siquiera para el grado, el bautizo del hijo o la primera comunión, y los hombres, trabajaban más arduamente para comprar la ropa del baile que para llevarle el sustento a sus familias. No había nada más en la vida del pueblo, no se respiraba otro aire más que este, el del porro de fin de año.
Lucía, mi pareja de esa noche, que desde enero había aceptado mi invitación para ir al baile, esa noche estaba hermosa, más hermosa que nunca. Estaba vestida de blanco, con un traje de tela blanca casi transparente, de esas que traen los turcos; un tocado de flores en el cabello y unos labios rojos, tan rojos como las flores de boche en su pelo. Y sus ojos café que brillaban tanto que parecían tener vida propia y que incluso opacaban la luz de la luna. Esa noche, mi vida estuvo iluminada por sus ojos, y para mi no existió mujer mas hermosa que ella.
Las parejas comenzaron a bailar, la banda del 19 de enero tocaba los ritmos más vibrantes que jamás había escuchado, y el resto de instrumentos seguían un compás invisible, casi imperceptible entre la melodía final. Para ella y para mi no hubo nada más en ese momento mágico que el milenario son, tocado con tanta maestría.
Por primera vez sentí el estallido del redoblante en mis venas, que sonaba con furia y mi alma le hacía eco. Como si este ritmo hubiese sido eternamente mío, algo ancestral que se bailó desde los tiempos de mis abuelos hasta ahora. Ese, ese era el porro; el baile de los años antiguos que ahora sentía propio.
Esa vez bailé como si me fuera a morir al día siguiente, como si fuese la única oportunidad de bailar en mi vida.
Lucía me miraba, y sus ojos me seguían
alumbrando, ella estaba hermosa y la noche también, ese era el porro, que
adornaba nuestra vida en esa noche, el porro de fin de año que ahora era
nuestro.
José David Orozco
Tallerista
Ojo de Alcatráz
José David Orozco
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