La Placita de la Cruz

Por: Wilson Blanco

La Placita de la Cruz
En el extremo norte de una gigantesca peña, mordida por el paso de generaciones de hombres sembradores de tabaco, yuca y maíz, y amantes de las rancheras, el acordeón y la gaita, se erige oronda La Placita de la de Cruz. Ella es el encuentro súbito de cinco caminos dispares que vienen y van a calles distintas: La boca que da para Almagra, la que viene de Los Chamané y la que sigue para el mercado, la  del profesor Salas y la que baja a La Bastilla. Por eso es una especie de coronación columpial.
En su cabeza de riñón que se asoma a las cinco bocacalles, se levanta un muro piramidoide de una altura aproximada de dos metros y medio, sobre cuyo vértice permanece soldada a la espina dorsal del estrado de concreto, una altiva cruz latina de hierro colado. Las generaciones que a su paso han jugado a la olla, al quiño y a la vuelta a Colombia, han lacerado sus costillas con las estrías de las tapillas y el clavo agudo de los trompos. ¿Y qué decir de las recuas de mulos, yeguas, burros y caballos que han surcado en sus espaldas hondos caminos? Pero ante nada de esto ha sucumbido La Placita de La Cruz.
La Placita de La Cruz sigue siendo un balcón natural y público. Es un peñasco sostenido sobre pies de piedra arenosa que ni la lluvia y ni el viento  han podido socavar por completo. El placer de mirar desde lo alto de La Placita, es el mismo que se siente cuando se está en La Popa o en Monserrate. Nativos y visitantes así lo dicen cuando en las noches de gaitas y tambores octubrinos se reúnen al pie de la cruz a celebrar las fiestas de San Pacho o a dar la bienvenida a los ovejeros que retornan en Octubre. Así, cada año, La Placita de La cruz es la alcahueta  de romances efímeros y de infancias perdidas, de ebriedades humanas y de utopías infantiles, de amores consumados y de recuerdos redimidos.
¿Qué ovejero no ha gritado desde lo alto de su cima “brisa San Bartolo te pongo una carga e’ bolo”? Y por qué no envidiar al borrachito aquel que  desde los cielos de La Placita daba discursos, cantaba rancheras y tiraba monedas a la tiña a los pelaos que le gritaban desde abajo: ¡qué viva La Voz del Pueblo!
Ovejas, Octubre de 2012.

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